29 dic 2009

El ajaceite de más allá del espacio (H-5)

Las sobras de Nochebuena se habían atrincherado en la encimera y no parecían dispuestas a dar ninguna tregua. H, armado de paciencia y tras mirar varios minutos en silencio la escena que se le presentaba en la cocina, lanzó un resoplido y se puso en marcha. Apartó los platos con restos grandes de comida y empezó a fregar los "ligeramente manchados", categoría imprescindible para ordenar el fregote. Abrió una bolsa grande de basura y echó todos los restos mientras intentaba no respirar. El fuerte olor dulzón que se generaba en el fondo de la bolsa le llegaba a vaporadas hasta la nariz y se le metía directamente en el cerebro. Cerró bien la bolsa y la sacó a la terraza. "Demasiado frío para bajar la basura", pensó, y no necesitaba ninguna excusa más.

Cuando terminó con platos y vasos, empezó con los tuppers. Su hermana siempre traía media cena en ellos y Hojarasca los odiaba, especialmente en el momento de fregarlos. Cuando cogió el último que quedaba en la pila, vio que todavía tenía bastante contenido. Lo abrió y una extraña y embriagadora esencia le nubló el juicio. En aquel tupper, su hermana había traido el ajaceite para la carne y, por alguna extraña razón, había sobrado casi todo. Pese a su fuerte y concentrado sabor, Hilario nunca se había podido resistir al ajaceite, así que decidió darse un descanso para almorzar. Sacó un paquete de tostas, se llevó todo al comedor y empezó a untar como si no hubiera mañana.

- Joder, el almuerzo definitivo -masticó. Al comer tostadas, le gustaba hablar y sentir cómo salían disparados trozos de tamaño cuántico en todas las direcciones. Cuando llevaba cinco, fue a la cocina en busca de un refrigerio para calmar la horrible sed que producía el ajaceite. A su vuelta al comedor, algo extraño ocurrió.


El tupper había empezado a vibrar de manera sutil y de su interior empezó a salir una pálida luz del mismo color que el ajaceite. H no daba crédito y achacó esa visión a una mala jugada por parte de su estómago. Cerró los ojos mientras bebía de la lata y volvió a abrirlos lentamente. La vibración aumentó; la luz se hacía más intensa y poco a poco se escuchaba un zumbido que parecía proceder de todas partes. Se acercó a la mesa con cuidado, con una mano cogió la tapa y, tras dejar la lata, con la otra mano intentó tocar el tupper. Éste dio una repentina sacudida y después quedó inmóvil encima de la mesa; la luz se desvaneció. Echó un vistazo a su interior y, perplejo, comprobó que el tupper volvía a estar lleno; estaba más lleno incluso que cuando lo cogió de la cocina. Esperó a recobrar el pulso y a que se calmara su respiración. Se volvió a sentar en el sofá y encendió la radio. Dio un pequeño trago a la lata y miró hacia la mesa.

- Ya podría haber pasado lo mismo con las tostadas -miró el paquete y, para su decepción, solo quedaban dos.

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