6 ene 2009

La importancia de llamarse Hojarasca (H-3)

El día 6 de enero amaneció como cualquier otro, aunque el señor Hojarasca encontró una diferencia en aquella fría mañana de Reyes.

- Soy 80 euros más pobre -dijo mientras comprobaba los resultados de la lotería del Niño- no sé para qué narices sigo comprando lotería. Y encima con las prisas no me he comprado ningún regalo.

Indignado, fue a la cocina a por un vaso de zumo de piña (su favorito después del zumo de naranja artificial, que se había terminado el día anterior). El sobresalto del timbre le hizo tirar por la encimera medio vaso. Más indignado aún, fue a abrir la puerta; tres hombres ricamente vestidos aguardaban en el rellano. El más alto de los tres, orondo y con barba blanca se adelantó.

- Buenos días, señor Hojarasca. Soy Melchor, vengo con mis camaradas Gaspar y Baltasar para hacerle entrega de unos presentes en este señalado día. -H no salía de su asombro. Intentó articular palabra, pero no pudo.
- ¿Se encuentra bien? -preguntó el rey castaño- ¿es que no nos esperaba?
- Pues francamente, no -se atrevió finalmente a contestar- Verán, no es que no les haga aprecio, pero soy judío y republicano. No tiene sentido que vengan a visitarme.
- Nosotros hacemos regalos indistintamente de la edad, el sexo, la religión o las ideas políticas -le contestó el rey negro.
- Bueno, no sé... ¿les apetece entrar? -H abrió del todo la puerta como ofrecimiento.
- Ah, pues muchas gracias -contestó Melchor, y los tres reyes entraron a casa del señor Hojarasca.

La decoración barroca y en tonos ocres de la casa llamaron la atención de los reyes, que estaban acostumbrados a los tonos fríos, las formas redondeadas y los ambientes minimalistas de los hogares modernos; especialmente de las parejas jóvenes con un problema de adicción a IKEA. El señor Hojarasca les señaló los sillones de la sala de estar.

- ¿Les puedo ofrecer algo? Tengo zumos de varios sabores y una amplia gama de licores. Pastas y dulces no me quedan. El hijoputa de mi sobrino se los terminó todos en nochevieja.
- No, gracias -rechazó cortesmente Gaspar-. Llevamos toda la noche poniéndonos ciegos a gambas y refrescos bajos en calorías.
- Sí, odiamos estos tiempos -comentó Baltasar-, antes dejaban buenas raciones de turrón, empanadico, alfajores...
- ¡Y no faltaban los buenos vasos de vino rancio y orujo de hierbas! -añadió Melchor.
- Ahora que pienso -dijo H pasándose la mano por la patilla- ustedes tendrían que haber venido de madrugada, y no a estar horas. Es caso la hora de comer.
- Realmente sí -contestó Gaspar- pero solemos dejar las casas de los adultos escépticos y solitarios para el final.
- Bueno, pues a ver esos regalos.

Cada monarca llevaba una caja envuelta en distinto color. De la primera caja, la de Melchor, sacó un equipo de sonido envolvente con cinco altavoces y mando a distancia.
- Sabemos que le gusta escuchar los partidos de fútbol por la radio mientras los ve por la tele, como el concierto de año nuevo.
En la segunda caja descubrió un elegante reloj de pared. En el centro tenía grabado a color el escudo del Feyenoord. El señor Hojarasca parecía emocionado.
- ¿Cómo saben que soy fan del Feyenoord?
- Viene en su ficha de la Interpol.
Haciendo oídos sordos, se apresuró a abrir la caja de Baltasar. La emoción se tornó en completa perplejidad. Bajo unas hojas de periódico, había una enorme jaula de pájaros. Baltasar se apresuró a hablar.
- Llegado el momento, sabrá darle uso.

Tras media hora de conversación sobre fútbol, Fórmula 1, bricolaje y política internacional, los reyes se marcharon y Hojarasca se preparó otro vaso de zumo.

2 comentarios:

  1. El señor Hojarasca me ha prometido que cuando pasen exámenes me seguirá contando sus historias. ¡Palabra de baladre!

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